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"Die Drogen" formó parte de un movimiento alternativo que se posicionó en la tradición del punk y la new wave, pero que al mismo tiempo no rehuyó los elementos pop ni el humor irónico. Sus letras eran mordaces, sus actuaciones, eufóricas, su actitud, inflexible. Estética y temáticamente, operaban en la intersección de la subversión, la crítica al consumidor y el hedonismo, precisamente donde las historias del cannabis y la subcultura se han cruzado durante décadas.
Muchos fans vieron en "Die Drogen" el reflejo de una generación que se negó a elegir entre la decadencia y la consciencia, entre el escapismo y la ambición política. El nombre de la banda era una metáfora de la seducción del sistema, pero también un guiño irónico a una sociedad que constantemente produce nuevas adicciones, ya sean descargas de dopamina digital o tendencias de consumo capitalistas.
La subcultura nunca fue simplemente un estilo o un gusto musical. Fue una protesta, una postura, un estilo de vida. Desde la década de 1960, la música se ha considerado un medio de expresión fundamental para grupos sociales marginados, movimientos políticos y jóvenes que no soportaban el statu quo. Desde el rock hippie hasta el punk y el techno, la música siempre ha sido un vehículo para expandir la conciencia, la autodeterminación y la experiencia colectiva.
¿El denominador común de muchos de estos movimientos? El cannabis y el cáñamo. Incluso en la década de 1960, fumar marihuana era habitual en los movimientos hippies y de protesta. En la década de 1980, los punks fumaban más a escondidas, pero con la misma actitud rebelde. Para la década de 1990 y principios de la de 2000, durante el auge de bandas como "Die Drogen", el cannabis se había convertido desde hacía tiempo en una parte integral de la vida nocturna alternativa.
Frenéticos, polarizadores y enérgicos: los conciertos de la banda “Die Drogen” a menudo estaban llenos de sorpresas, por lo que la banda rápidamente se hizo un nombre en la década de 2000.
En muchas canciones, folletos, carteles y declaraciones, el cannabis aparecía como símbolo de resistencia: contra la vigilancia, el control social y la presión para actuar. El porro se convirtió en símbolo de libertad, una forma de escapar de la máquina. "Die Drogen" también jugó con estos símbolos: no para glorificar el consumo de drogas, sino para señalar la doble moral social.
El cannabis nunca fue simplemente una sustancia. Fue una declaración contra la guerra, contra el capitalismo, contra el orden establecido. Y como tal, se transmitió de generación en generación.
"Die Drogen" no estaban solos. Formaban parte de una extensa red de bandas, activistas, artistas, tiendas de cannabis, centros de izquierda y editoriales DIY, todos trabajando juntos para crear un público alternativo. Sus actuaciones eran menos conciertos en el sentido tradicional, sino más bien eventos: lugares de networking, intercambio y resistencia. Los dramas en las actuaciones tampoco eran raros.
Especialmente en ciudades como Berlín, Leipzig o Hamburgo, donde la subcultura es parte integral del ADN urbano, se podía apreciar la estrecha relación entre la música, el cannabis y la crítica social. Los backstage olían a marihuana, la planta de cannabis era omnipresente en los folletos y las letras hablaban de algo más que desamor: hablaban de identidad, libertad y una crítica al consumismo.
El cáñamo no era solo una sustancia tóxica, sino cada vez más un producto cotidiano. Muchos activistas abogaron desde el principio por el redescubrimiento del cáñamo como una planta útil, ya fuera en la ropa, el papel, los materiales de construcción o la cosmética natural. Sebo de vacuno dio paso a la crema de CBD, y el plástico al biocompuesto de cáñamo. Este desarrollo se produjo en círculos reducidos, pero precisamente donde siempre comienza la subcultura.
Lo que antes se consideraba peligroso y prohibido ahora se puede encontrar en tiendas de alimentos saludables: productos de CBD, ungüentos de cáñamo, tés y cosméticos naturales con aceite de cáñamo. La transformación social en la forma en que tratamos el cáñamo es impresionante, y también se refleja en el desarrollo de la subcultura. Donde antes predominaban la provocación y la transgresión, hoy la atención se centra en la concienciación sobre la sostenibilidad, la salud y la salud holística.
La antigua rebelión se ha vuelto parte de la vida cotidiana. Pero eso no significa que haya perdido su impacto, todo lo contrario. Ha transformado estructuras, impulsado el discurso y visibilizado alternativas.
Marcas como CBDÍA son emblemáticas de esta nueva era. Combinan las reconocidas virtudes del cáñamo (naturalidad, regionalidad y sostenibilidad) con los estándares modernos de eficacia, diseño y legalidad. Sus productos tienen un efecto calmante, antiinflamatorio y regenerador, sin intoxicación, pero con plena consciencia.
¿Qué tiene de emocionante? Muchas de estas ideas tienen sus raíces en la subcultura. El diseño estético, la mentalidad DIY, la dependencia del poder de las plantas sobre las compañías farmacéuticas: todo esto proviene de las mismas fuentes culturales de las que "The Drugs" alguna vez extrajo su poder.
Ya en la Edad Media, el cáñamo era uno de los cultivos más importantes de Europa. Sus fibras se procesaban para fabricar telas para velas, ropa y cuerdas. En tiempos de guerra, el cáñamo incluso tenía importancia estratégica. No fue hasta el siglo XX que comenzó su lento declive, impulsado por intereses políticos, juegos de poder económico y, por último, pero no menos importante, una narrativa de miedo a las drogas alimentada artificialmente.
Hoy en día, el cáñamo está experimentando un renacimiento: como textil, alimento y como ingrediente cosmético. La popularidad de los productos con CBD también está impulsando una revalorización de la planta. Esta subcultura siempre ha ido un paso por delante, experimentando con cremas, cerveza y papel de cáñamo mucho antes de que se popularizara.